Uno puede pasarse una noche sin dormir para estudiar un examen: todos sabemos que aquello de que lo que se estudia el último día no sirve para nada es mentira (no creo que hubiera aprobado ningún examen en mi vida sin el último día). Y puede irse después a celebrar el aprobado a Perugia.
El problema puede venir cuando no está tampoco previsto dormir en Perugia, que es, todo sea dicho, un pueblecito medieval bastante bonito, una vez le quitan de encima el Eurochocolate, construido sobre una descomunal pendiente.
Así, como vagabundos, según mi madre, fiesteros, a todas vistas, compramos 7 botellas de ron a repartir entre 9 personas y nos sentamos en una plaza a consumirlas, todo regado con la mejor de las pizzas peruginas.
Y terminamos metidos en un bar, por no llamarlo campo de nabos, en el que cobraban 8€/copa a los que teníamos entre las piernas el susodicho nabo. Allí conocimos a unos españoles disfrazados de romanos, a un negro incansable, que no se cansaba de que le dijeran que no, y a un tío que decía follar siempre que quería. A este último lo volvimos a ver un poco después, ya de día, tirado dormido en unas escaleras. Dedujimos entonces que esa noche no había querido.
Como colofón nos comimos una cotoletta alla milanese. "¡coto-coto-let-ta!", cantábamos y bailábamos bajando la infinita cuesta. La cotoletta viene a ser un McChicken casero; si bien nos comimos la peor de Perugia, según casi todos los informes de los que disponíamos.
Tan satisfechos estaban dos paisanos sorianos, que nos regalaron los oídos, ya de mañana, con haciéndose mutuamente el reclamo de la perdiz.
Sed buenos. Si podéis.
AurelianoBastida
(Foto: la panadería de las cotolette, Perugia)
mmmmmm, un campo de nabos...