En Roma llueve todas las tardes.
Al más puro estilo tropical, a eso de las cinco y media, se nubla el cielo repentinamente, caen chuzos de punta, y al cuarto de hora, si te he visto, no me acuerdo. Eso es lo que lleva ocurriendo desde hace unos días, pero hoy han alcanzado el culmen la intensidad de la tormenta, y mi falta de previsión.
Estando en la calle, llegando tranquilamente a casa de la universidad, en el tiempo que tardaba en cruzar una calle, se ha cubierto la ciudad de nubes que de golpe, literalmente, han empezado a disparar a discreción granizos como puños. Medio resguardado bajo un puente, jugando al escondite con el aire, detrás de una columna, que dirigía las balas en direcciones caprichosas y cambiantes, he vigilado atentamente la parada de autobús que tenía a 30 metros. Ha llegado sorprendentemente pronto, sin poder evitar que acabara, en el breve recorrido, absolutamente inzuppato.
Pues bien: una vez montado en el autobús, he pensado, estoy a salvo.
Nada más lejos de la realidad: el autobús, de pronto se ha detenido. En una vía de un sólo sentido, los coches han empezado a circular a nuestro lado en el contrario. Si bien suelen ser laxos en lo que al cumplimiento del código de circulación se refiere, no acostumbran a llegar a extremos tales. Sin entender al principio lo que sucedía, he comprendido poco después que un árbol caído bloqueaba el camino.
Repasemos la situación hasta ahora: estoy empapado en un autobús detenido en medio de un charco cuya profundidad supera la altura de mis tobillos. Después de lamentarnos como vecchiette alante y atrás por el pasillo de la navetta (nunca nadie observó lo apropiado del nombre a una situación como la relatada), los primeros pasajeros empiezan a saltar a la carretera, por la borda, ante mi atónita mirada, calzados. Yo, por el contrario, en la puerta del autobús me quito, ante sus soprendidos ojos, los calcetines, las zapatillas, y me dirijo a la acera.
Con paciencia, chopao, que dirían en Valencia, llego a casa, sólo para descubrir que tanto la cocina, como mi habitación, situadas ambas en un séptimo, están medio inundadas.
Y que no tengo ni un solo par de calzado seco.
Al menos esta mañana, después de repetir tres veces la misma lavadora de blanco, se me ocurrió dejar dentro de casa el tendedero, y no en el balcón, como es costumbre.
Sed buenos. Si podéis.
AurelianoBastida
PD. He consultado la Repubblica de hoy, y la palabra que utilizan es Nubifragio. Que ma parece tan bonita, que no he podido hacer una mención especial.
(Fotos: el árbol culpabe de la mayor parte de las desdichas de este día, Roma)
Sí, efectivamente yo también sé lo que es dejar el tendedero en la terraza y que caiga una romana tormentita.
Joooooooooooooooder...Pues maxo, xa la proxima vez q salgas ponte el bañador y las sandalias y ve nadando hasta tu destino